domingo, 13 de junio de 2021

Alfredo Matesanz, la voz eterna.

Se podría decir que yo ese día tenía un problema, aunque si recuerdo bien no era el único asociado a la cita. En realidad, de alguna extraña manera, la música siempre me los ha traído pero eso es otra historia.

La primera vez que me encontré con él, así de frente y en persona me refiero, fue en el hall de los viejos estudios de Radio Segovia. Yo había subido a primera hora de la mañana hasta la emisora, ya que por la tarde tenía un concierto encuadrado entre las diversas actividades de las fiestas de la ciudad y lo habían sacado mal en el programa impreso que se hacía llegar a todos los domicilios. 

Así que con la única intención de que en el “Hoy por hoy” local no lo dieran de forma errónea al hacer repaso de las citas de la jornada, me planté allí para ver si cuando entrara “la agenda” al menos llegaba correcto el mensaje a los oyentes. Eran tiempos en los que ya convivían otras emisoras, pero si tenías que pensar en elegir dónde intentar resolver algo así para que el altavoz de las ondas lo diera la mayor difusión y credibilidad posible, no había dudas.

“¿Qué necesitas chaval?”

Me sorprendió la propia presencia de Alfredo al ser él quien fuera a atenderme, pero una vez explicada y expuesta mi petición, mucho más si cabe su inmediata reacción. Yo le había comentado eso, que simplemente era por si lo podían dar bien cuando leyeran la agenda del día, y entonces sin pensarlo dos veces me dijo algo así como “oye, si tienes cinco minutos pasas y te lo grabo para sacarlo después, que va a quedar mucho mejor”.                                                  

Por supuesto que accedí tan sorprendido como agradecido. Era la primera ocasión en la que tenía oportunidad de ver esos estudios desde dentro. Los mismos que había imaginado tantas veces por fuera al acumular escuchas y voces “amigas” que se hicieron familiares casi sin querer desde aquel radio cassette que reinó sobre la mesa de la cocina en la casa de mis padres durante años.

Las voces de actriz aunque fueran lejanas de Consuelo y Josefina, ese programa de las tardes que escuchaba tras la merienda con la firma de Jaime Pintor Santamaría y Ana Pastor, los deportes vividos de cerca con Antonio García Rivilla, y por supuesto Alfredo, siempre la voz de Alfredo acercando historias de pura radio local, de la vida misma.

Por suerte puedo presumir de haber pasado mucho más tiempo pegado a un transistor que delante de la pantalla, y no cuento las horas que en el fin de semana me daba ese “Carrusel” cuando aún el gran Joaquín Prat se encargaba de poner el aroma con esas cuñas que olían a fútbol de antaño… “Brandy SOBERANO, Boquillas TARGARD!! Entre el descanso en el Tartiere, un penalty en el Calderón, o por supuesto, otro gol en Las Gaunas… 

Me contó Alfredo, tal vez ante la curiosidad que indisimulable mostraban mis ojos, lo que se escondía tras esas repletas estanterías llenas de vinilos. Sus comienzos en la emisora y esa particular relación con la música que duró más de una década, antes incluso de que existieran los formatos de radiofórmulas. Charlamos un buen rato antes de que me invitara a sentarme delante de ese micrófono, junto al de la capucha amarilla, tal vez porque se dio cuenta de que toda primera vez es mejor que se acompañe de unos preliminares en condiciones. Y eso por más que yo no fuera “nadie” o al menos no me hubiera ganado lugar alguno dentro del panorama musical.

Llegarían con el tiempo otro par de ocasiones en las que pudimos conversar ante los micrófonos por diferentes motivos, pero no puedo dejar de quedarme con esta primera, evidentemente, aunque se trate de la más breve y sencilla en fondo y formas. Lo que me transmitió creo que es una buena muestra de quién y cómo era Alfredo, de su forma de ser y estar en el mundo.

Después de lo mucho y bueno que se ha escrito tras su pérdida, creo que me quedaría con ese artículo que salió en el diario El País y titulaba algo así como “Se va Alfredo Matesanz, el periodista radiofónico que resolvía problemas”.

Al salir de la emisora, una sensación de tranquilidad y confianza, de problema resuelto me invadía. Sobre todo porque estaba claro que aquellos que hubieran sintonizado el programa ya no tendrían dudas, y ese mensaje sobrevolaba por encima de cualquier línea errónea en los programas. Palabra de Dios. 

Bajando por la calle de San Juan ya, con una media sonrisa, pensé que por más que yo fuera de Dylan y compañía, tal vez más pronto que tarde le debía una escucha reposada a Sinatra antes de seguir intentando hacer camino… O unas cuantas.


Hasta siempre, Alfredo.







 



1 comentario:

  1. Me alegra haberme topado de casualidad con esta bonita anecdota del gran Alfredo Matesanz. La voz de nuestra querida segovia que tantas horas nos acompañó y que en los tiempos que convivió con el formato podcast tambien quedarán presentes para futuras escuchas. Fuerte abrazo David.

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