domingo, 31 de diciembre de 2023

La música nunca llega tarde

 

Mis mejores deseos casi siempre reverberan alrededor de la música.

Se va otro año en el que dentro de mi particular orden de prioridades estaba grabar algunas canciones con la intención de que más allá de la escucha compartida, se pudieran llegar a tocar, oler o mirar también…  Eso que casi nadie hace ya, o que apenas se lleva. Y tiene uno la sensación por momentos, aunque vuelva a referirme al año que aún nos ocupa, que se va demasiado rápido para casi todo eso que tenía por medio. Para llegar “a tiempo”.

El otoño, tantas veces oasis, tampoco fue esta vez lo mismo y ni siquiera sirvió para enderezar el rumbo o recuperar la energía perdida con el final del verano. Y eso que ha llovido lo suyo. Pero bueno, cada uno lo contará según le venga y estoy seguro que los habrá mirando al reloj para descontar los minutos que den esquinazo a este impar, como si cruzando esa meta todo fuera a ser distinto. Los que medimos el año con el comienzo de curso, con septiembre y todo lo que prende alrededor, lo sentimos de otra forma probablemente.

Pero sí, es el último viernes del año, y muchos pensarán que vamos un poco tarde, aunque esto tampoco tiene demasiado que ver con los bombardeos de canciones en modo felicitación navideña que inundaron los terminales por redes y demás en estos días. Se trata de hacer música para mantener el pulso entre la ilusión y la enésima pérdida de la inocencia, por ejemplo. Por tener la mejor excusa, aunque sea casi por encargo, que te obligue en definitiva a no poner nada por delante. Por compartirla además con "la mejor versión" que conoces de ti mismo. 

Hacer música con tu chaval es jugar con ella, al menos de momento. Ocupar el espacio que van perdiendo los juguetes y sembrar para que no ganen siempre las pantallas. Ese "play the piano", expresión utilizada en la mayoría de lenguas occidentales con términos diversos que intentas llevar lo más lejos posible, aunque sea por carreteras secundarias.

No conocía esta canción hace un par de semanas, pero decidirse por ella tampoco ha sido lo que más ha costado. Hay tantas que nos hubiera gustado firmar... Los americanos del norte son reyes en estas lides pero no he conocido a un canadiense malo. Aún así, la cosecha propia que se acumula y no tiene tanto que ver es prioridad siempre, aunque te espera con otra mirada. No es fácil de entender para algunos, pero da igual.

Hay canciones arrinconadas que suenan a esa pregunta que no se hizo a tiempo. Al paso del mismo asumiendo los peajes. Al efecto desequilibrante que introduce la distancia. A las conversaciones que nunca se dieron sobre el tablero. A la nostalgia sin perderse demasiado en el pasado porque entre otras cosas la búsqueda, en su sentido más amplio, tampoco lo permite. A momentos que si dejas pasar tal vez no vuelven, o solo pueden hacerlo en forma de canción, atemporal por suerte en cualquier caso.

En fin, que podría seguir y afinar algo esa mezcla, tratar de estabilizar alguna que otra imagen, o añadir por aquí otro párrafo… Pero todo sería igual de imperfecto. Y es lo de menos, o lo bonito tal vez.

Solo la música que no te toca de una u otra forma, llega tarde o pasa de largo.

Así que, con los mejores deseos o esos míos por delante al menos,

Salud y canciones.




jueves, 15 de junio de 2023

Second half

 

Fin de temporada, por fin…  

La sensación es que llega uno pidiendo la hora, como ese equipo que gana por la mínima y le añaden algo más de cinco minutos en el descuento. Y eso sin contratiempos y buen sabor general, que no ha lugar a entrar en pormenores.

Así que seamos objetivos y que se aleje esto de cualquier cosa que parezca una queja, ya que es posible que en menos de un mes lo estemos echando en falta. Al menos los chicos, que las adicciones no saben de edades, o cada vez menos.

Porque lo de los padres ya es otra cosa, claro. En realidad, esto va dedicado a aquellos (puede que los menos tal vez) que sufren tanto o más casi de lo que disfrutan viendo a sus hijos sobre la cancha. Esos muchos, que no tienen un “jugón” en casa y se esfuerzan por intentar ayudar a que su hijo mejore en lo posible, pero sobre todo, a que disfrute del camino y no se sienta inferior a nadie.

A estas alturas aún tempranas para algunos, “el trabajo” por mucho que diga el Cholo no suele pagar, o al menos no da para más que cromos y una pizza en el Domino´s de vez en cuando como refuerzo, por más que la ilusión vuelva a intentar hacer un dribling a la realidad en la siguiente jornada.

Competir significa exponerse, desde luego, algo parecido a lo que supone publicar, tal vez.

Pero hay un rollo demasiado cainita en muchas ocasiones con esto de los niños y el balón, y no deja de ser un caldo de cultivo de patio de colegio que subyace al margen de los clubes y ciertos valores que algunos se esfuerzan por inculcar o abanderar incluso.

 

Este pasaje en realidad solo es reflejo de un momento desequilibrante entre dos semanas en las que la lluvia tomó parte del juego también, y ayudó en cierta forma a remover y arrastrar sensaciones que van más allá de lo que propone cualquiera con un balón sobre el terreno.

De repente miras al calendario y te das cuenta de que se ha escapado medio año, y que tus propósitos más sinceros se difuminan a la vez que resisten mediada ya esa parte de la vida en la que la energía empieza a brillar en ocasiones por su ausencia.

Recoger esto así, de una manera tan arcaica e inesperada, tan urgente e imperfecta, tiene que ver con revelarse ante todo eso de alguna manera.

Si no puedo dar forma a otra colección de canciones ni soy capaz de decidir por dónde o con quién tirar con ellas, pues me quedo con este esbozo que no tiene mucho que ver con nada de lo acumulado y al menos preservo su frescura, como la que deja esa lluvia por las aceras o el campo tan a falta.

Mantengo que, en lo posible, las canciones habría que intentar recogerlas así, como el sonido del trueno tras el relámpago, sin revolver demasiado en la búsqueda de cierta excelencia.

Algo así como esa afirmación de que lo mejor casi siempre es enemigo de lo bueno.

Pero a pesar de todo, algunos tenemos que apuntar ahí para simplemente dejar algo aseado.

 

Podría haberlo estirado algo más, al igual que este texto, pero ya es suficiente.

Para qué hacerlo si probablemente la mayoría no habrá pasado del primer párrafo o llegado a él…

“Second half” no propone prórroga y menos aún penaltis porque en apenas dos minutos uno tiene la sensación de haber puesto sobre el terreno todo lo que tenía que contar.

Podría haberlo estirado fácilmente, con una parte melódica alternativa tal vez que me llevara de nuevo a repetir el último verso, pero mejor que te digan “se me hace corto” o “más bien parece la primera parte de algo que está por venir...” por ejemplo. 

Aunque tampoco pasa nada si no te dicen. No es el fin. Cuando uno le pega con intención, con alma y vida aunque sea desde casi el centro del campo, busca más que el gol casi evitar la indiferencia, aunque sea en un partido de "Hijos vs Padres".

Por otro lado, a veces, por extraño que parezca para algunos, la lengua madre no es la ideal para sacar a pasear determinadas sensaciones o sentimientos con forma de canción.

A pesar del esfuerzo por recuperar cierto pulso con el inglés, se dio natural. Un vistazo casi de reojo al retrovisor me llevó veinte años atrás, cuando escribía canciones para una chica británica llamada Caroline que cantaba mejor que yo de largo. Pero bueno, esa es otra historia.

Sin ningún género de dudas, lo mejor de todo esto es que ha vuelto a llover, por más que el domingo Himar González vestida de rosa estival anunciara de forma acertada el final del oasis para mitad de la semana.

El verano es una amenaza real más allá de las urnas, sí, y está a la vuelta de la esquina.

Que lo disfruten, y si tienen que elegir, pierdan esos dos minutos con lo que suena al menos. Más que nada por si lo que se ve les hace coger distancia casi de inmediato. 




viernes, 10 de febrero de 2023

El último vuelo del ¨Pichón¨

 

Se ha ido mi primer jugador favorito de fútbol. 

No me gusta demasiado la palabra ídolo, ni a esas alturas creo que se contemple a nadie de tal forma. Se ha marchado aquel que consiguió mi atención y que empezara a fijarme y amar de verdad ese juego, siendo aún muy niño. Es cierto que luego llegaron otros, que tal vez incluso disfruté por más tiempo o con más intensidad. Pero él fue el primero, y al César…

Corrían los primeros ochenta. Era otro fútbol, otro país, parece que casi otra vida. Y entre esos primigenios recuerdos o más bien imágenes asociadas a una voz que sin saber la razón sobreviven en tu particular disco duro emocional, me viene tantas veces la de Pepe Higuera (el hombre que me hizo del Atléti) una tarde en el salón de casa de mis padres escribiéndome en una hoja en blanco de su agenda la alineación del equipo con un vaso al lado de algo que supongo sería un DYC on the rocks, haciendo una pausa final para decirme “y con el once el tuyo, Marcos”.

No sé si se correspondía con la alineación de un partido en concreto, porque es cierto que yo recuerdo a Marcos casi siempre con el siete, como en aquella imagen inmortalizada por Garci en El Molinón para su oscarizada ´Volver a empezar´ en la que se le ve saltando al campo en primer término. Los dorsales por esa época no eran fijos, y el whisky tal vez no el primero de la tarde en descargo del bueno de Pepe, que en gloria esté también.

Tal vez fue su forma de correr la banda, de buscar al compañero mejor situado, de finalizar con ambas piernas o suspenderse en el aire en los remates con esa poblada cabellera al viento. Supongo que la mezcla de todo aquello. Pero mi primer disgusto en lo futbolístico también llegó con su marcha, obligada según dicen por los números rojos más que blancos del club en esa etapa. Aunque muy pronto, me devolvió ese sinsabor en forma de emoción antes no vivida. Siempre mantuve que el primer título que yo celebré no fue de mi equipo, eso tendría que esperar un par de temporadas más aún, sino del Barcelona, de Marcos, aunque por esa época todos decían o se le conocía más bien por el de Maradona.

Asomaba el verano del 83 y ya en el pueblo, los chicos nos juntamos alrededor del patio de una casa donde habían sacado una tele portátil. Los Matamala, familia que por número monopolizaba la actividad y pulso del pueblo, eran mayoritariamente madridistas, al menos los de esa vivienda en concreto. Cuando en el ultimo minuto del partido Julio Alberto hace ese quiebro mágico antes del centro al área, nadie pensaba ya en evitar ir a llenar otro par de porrones para la prórroga.

 El vuelo de Marcos para conectar ese cabezazo y cambiar por completo la trayectoria del balón hacia la red de Miguel Ángel fue como un despertar donde el pellizco se antojaba necesario para cerciorarse de que no estabas soñando, de que lo que estabas viendo era cierto. Un destello de luz más allá de los flashes de los reporteros gráficos, algo de color en medio del blanco y negro que ofrecía esa pequeña ´tele´ gris portátil o simplemente, poesía.  

No había visto algo semejante, de tal plasticidad o estética sobre un terreno de juego. Solo acerté a gritar el gol con alma y vida, correr hacia mi Bicicross amontonada entre las demás bicicletas a la entrada y pedalear con todas mis fuerzas hasta casa sin pensar si habría herido sensibilidades o provocado algo que me pasara factura al día siguiente. Desde luego no esperé a ver ni una sola repetición de la jugada, ya habría tiempo. Al llegar a casa tampoco recuerdo si la televisión estaba encendida o aún se recreaban con ello. Pero era verdad, era inolvidable ya, aunque yo aún no lo sabía. Como una de esas canciones firmada a medias que te enganchan por la melodía pero no sería perfecta sin una buena letra. Siempre fui de canciones más que de grupos, pero la sociedad de Julio y Marcos venía de lejos, del Paseo de los Melancólicos.

Años después cuando volvió a orillas del Manzanares ya no estaba igual. La rodilla tampoco le dejó protagonizar su particular ´Volver a empezar´ pero… ¿Qué había sido de ese flequillo comiéndole los ojos? Creo que fue el mismo verano en el que llegó Futre. El portugués tomaría su relevo y rápidamente empezó a eclipsar a casi todos... 

Sus mejores años de fútbol habían quedado a ese lado de la Diagonal y vestido de azulgrana. Allí sí, con el once casi siempre a la espalda, como la noche de aquel eterno vuelo.

Sigue haciéndolo ´Pichón´, allá donde vayas.